sábado, 7 de noviembre de 2009

Colonizadores vs. Colonizados.

Al leer la entrevista que le realizó Catherine Walsh a Walter Mignolo, en la que abordan el tema de las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del poder, pensamos casi inmediatamente en que el conocimiento viene enlatado de ciertos lugares y con ciertos códigos lingüísticos ya que de una u otra forma gozan de “poder” (palabra mágica de la que nadie quiere desprenderse en estos tiempos).
En el campo del poder (poder del conocimiento, en definitiva) en el que gira lo político, lo económico, lo racial, lo cultural, lo social, no podría dejar de interactuar lo artístico. Ahora, yéndonos a las artes, ¿cómo saber, si una obra concibe, en esencia, códigos que demuestran y ensalzan la supremacía europea?, supremacía imperial y colonial del conocimiento, a todas estas. ¿Cómo saber si un filme “X” o “Y” nos muestra las formas coloniales de la concepción del mundo?
Ella Shohat y Robert Stam en su texto “Multiculturalismo, Cine y Medios de Comunicación” exponen que “dentro del discurso colonialista, las metáforas los tropos (“alma del discurso”, mecanismo sin el cual el discurso no puede hacer su trabajo, ni consigue sus fines) y los motivos alegóricos, desempeñan un papel importante a la hora de configurar aquella superioridad europea”.
En este caso, me voy a asir de dos filmes; el primero, “El Nuevo Mundo” (Terrence Malick, EE.UU., 2005) que se regodea hermosamente desde la mirada de aquel colonizador que entabla una relación amorosa con una indígena americana. El segundo, “Amérika Terra Incógnita” (Diego Rísquez, Venezuela, 1988) que ofrece una visión particular y americana de Europa, a través de la historia de amor de un cacique caribeño y una princesa europea.
En el caso de primer filme, a parte de narrar la llegada de los colonizadores ingleses (Adanes por excelencia) a tierras vírgenes norteamericanas, se nos presenta un tropo colonial que Shohat y Stam definen como “animalización”. Vemos, por una parte, a los ingleses firmemente parados y altivos ante cualquier situación de amenaza y a un grupo de indígenas entre el follaje con actitudes simiescas y juguetonas, haciendo sonidos indescifrables para comunicarse. ¿Por qué nos mostrar las cosas al revés?, es decir, colonizadores = simios, indígenas = hombre civilizado. No sería lo que acostumbramos a ver ¿verdad?
Esta actitud simiesca y juguetona del colonizado está enmarcada dentro de otro tropo propuesto por Stam y Shohat, la “infantilización”, en el que muestran al colonizado dentro de un estado anterior al desarrollo de la actitud racional y cultural del individuo. Algo muy parecido responde Mignolo en respuesta a una de las interrogantes de Walsh, “en el siglo XVIII los filósofos franceses reactivaron la disputa del Nuevo Mundo y rebajaron a América a una juventud. Pero “juventud” con respecto ¿a qué? Esta degradación, a mi parecer, viene emparentada (a pesar del tropo de la infantilización) con la idea de que la cultura Europea es profunda e intensa, mientras que las culturas NO europeas son superficiales y banales. Esto último, intertextualmente nos indica que la vida europea es central y la vida no europea es periférica, cuando en realidad el mundo tiene múltiples centros y la vida se vive centralmente en todas partes, como bien sostiene Stam y Shohat.
Así que, dentro de toda la diégesis[1] de este filme se puede evidenciar aquel punto de vista que le atribuye a Europa el carácter de imperio poderoso que trae consigo “el conocimiento” a un continente virgen, oscuro, impuro y enfermizo, donde la figura del colonizador trae de la mano la luz para aquel nebuloso y oscuro espacio que se mantenía ciego al conocimiento dominante.
Pero cómo se vería todo aquel proceso colonizador, si invirtiéramos los papeles. Es decir, el indígena americano conquista la corte imperial europea. Pues eso, precisamente, fue lo que hizo el cineasta venezolano Diego Rísquez en Amérika Terra Incógnita.


Una tierra oscura, incógnita y virginal que fue a colonizar a Europa en pleno siglo XV. Desde una óptica muy personal, esta es una mirada que fragmenta y derrumba aquella idea preconcebida de la colonización y que de alguna forma rompe con el paradigma de aquel momento histórico que ya conocemos. Para finalizar, Rísquez explica que “después de leer cantidades de libros, donde siempre es el conquistador que viene a América y se viola a la indiecita, ¿por qué no hacerlo al revés? El conquistador que vuelve a Europa con los tesoros del Nuevo Mundo Estos tesoros los dividí en tres reinos: el animal, el vegetal y el mineral. Dentro del reino animal va un indio. En la corte europea está el rey, la reina, el juglar, el bufón, y la princesa que se enamora de ese pájaro exótico que es el indio caribeño. Entonces, la princesa a escondidas de la corte, mantiene relaciones con éste y trae al mundo un hijo de oro; el primer príncipe bastardo americano en una corte europea. Era como una visión al revés, ya que siempre nos habían visto de Europa hacia América, revertimos el proceso y nos metimos nosotros de América a Europa”.










Corte Europea en Amérika Terra Incognita. Representación del Cuadro Las Meninas de D. Velázquez
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[1] Diégesis: Universo espacio-temporal-histórico que puede ser construido por el receptor del mensaje tomando como base las informaciones directamente suministradas por el filme y las informaciones que pueda añadir el receptor de su propia base cultural.

martes, 29 de septiembre de 2009

¿Reflejo Social o pura coincidencia?



El cine venezolano de la década de 1970 es, desde una óptica muy personal, un collage “hermosamente bienintencionado” de denuncias de índole económico, político y social.
El crítico de cine Alfonso Molina, expone en su escrito “Cine Nacional: 1973-1993”, que la producción nacional de esa década (1970) fue cincelando un perfil claramente testimonial, de fuerte tono realista, de transparente dimensión colectiva que delataba su afán de expresión de la realidad (considero que estas características han llegado, en mayor o menos medida, hasta nuestros días).
Los conflictos sociales y políticos son tratados dentro de la diégesis del filme con mucha crudeza, con una narración directa (sin mucha elaboración “poética”) para mostrarle al espectador aquella realidad que ya conocía pero que necesitaba que le reafirmaran, así como lo expone A. Molina: “nuestro cine, consolidó una postura social en la cual las películas decían lo que otros medios de comunicación no se atrevían a confesar”.
Es decir, el Cine Nacional protegido bajo el escudo que llamaremos “ficción” se encargó de denunciar, de una forma punzo penetrante, la corrupción, la marginalidad y las complicidades políticas y económicas. Encontrando de esta forma, los brazos abiertos de un público que veía reflejado en la pantalla grande los padecimientos comunes.

Sobre la base de esta sucinta descripción, saltan a la vista las siguientes incógnitas: ¿tiene la base cultural y teórica de cada cineasta algo que ver con el resultado de sus realizaciones?, el cine de los 70 ¿es un reflejo directo de un contexto social? o en cambio, ¿los temas tratados corresponden a una casual coincidencia con la realidad socio-política?